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Onefootball·23 de febrero de 2020

Salas y Zamorano, una dupla única en La Roja

Imagen del artículo:Salas y Zamorano, una dupla única en La Roja

No es que se hayan necesitado mutuamente  para destacar en esto del fútbol, de hecho, ambos encumbraron sus carreras de manera independiente a través de sus clubes. Sin embargo, cada vez que hacemos referencia de uno, aparece de manera innata, durante algún momento, la imagen del otro. Son Iván Zamorano y Marcelo Salas, dos de los artilleros más importantes de la biografía pelotera sudamericana, dos de los futbolistas más valiosos de la historia del fútbol chileno, y una de las duplas más letales y recordadas que alguna vez jugó por una selección: los Sa-Za.

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Zamorano respiró ocho antes que Salas, pero la edad es, probablemente, una de las menores diferencias que podríamos encontrar entre ambos. Similitudes hay varias: la primera es que nacieron en Chile, Zamorano en Santiago, Salas en Temuco; la segunda es que desde pequeños jugaron a la pelota y se les hacía fácil hacer goles; la tercera es que, afortunadamente, crecieron descontaminados de los complejos propios de su época. Este último punto, sin dudas, una característica fundamental.


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Éramos como una isla y vivíamos como isleños. La difícil geografía que nos extrema se vuelve cómplice de un lugar en la tierra presente en el trasero del globo. Los 17 años de dictadura no habían hecho más que acentuar esa sensación de distancia con el centro del mundo. Zamorano y Salas crecieron en ese Chile apartado del centro del globo en el que el pueblo común y corriente, al que ambos pertenecían, sobrevivía de forma sencilla y soñaba de manera tímida.

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La irrupción de Zamorano no solo fue imprevista, fue colosal. Rechazado por los grandes clubes de Santiago, su despunte llegó en el asentamiento minero de El Salvador, en pleno desierto de Atacama, para jugar en el humilde Cobresal. Ese bien pudo ser el entierro de un futbolista que parecía no sobresalir en ninguna de sus características técnicas y que llegó sin siquiera la oportunidad de ser titular. No obstante, ese fue el lugar preciso para que saliera a relucir su mejor condición: el amor propio. Zamorano tenía voluntad, tenía sacrificio, y no iba a renunciar tan fácil al sueño de ser jugador profesional, una promesa implícita que tenía con su padre fallecido, su mejor amigo de niño, y el gran guía espiritual de un futbolista que tomó el aprendizaje y los entrenamientos como religión. Allí reforzó sus piernas, para saltar más que cualquiera, y endureció su cabeza para caer desde cualquier altura y volver a intentarlo. Ningún especialista de ese momento, y menos de ese momento en Chile, hubiese creído que años después, ese muchacho enjuto, de melena desordenada, y rostro de parroquiano corriente, podría jugar en el Real Madrid, sería el capitán de Chile en un mundial, y el mejor cabeceador de su tiempo.

Marcelo Salas no debió dar la vuelta por el desierto, todo lo contrario, desde muy joven llevó consigo la chapa de promesa, algo que ratificaría de inmediato al llegar a Santiago en las divisiones menores de Universidad de Chile. En primera no fue menos: en su primer clásico, con tres goles suyos el cuadro azul goleó por 4-1 a Colo Colo, y en su primera temporada de titular fue el goleador de un equipo que fue campeón tras 25 años de duro tormento. Apodado precozmente como el Matador, el destino de Salas parecía iluminado luego de debutar con la selección chilena haciéndole un gol a Argentina y de obtener el bicampeonato con la Universidad de Chile. Sin embargo, tras caer en las semifinales de la Copa Libertadores de 1996, su camino hizo dudar incluso a los más optimistas, pues Salas se iría a jugar a Argentina, al poderoso River Plate de los noventa, un fútbol reacio de contratar jugadores de este lado de la cordillera y una liga en la que usualmente nuestros futbolistas fracasaban. Pero Salas no era un chileno cualquiera, también era mapuche: no tenía un solo gramo de miedo.

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Zamorano fue un delantero hambriento al que nunca le tocó fácil porque siempre pareció ir más lejos de sus posibilidades. Sin embargo, pocos jugadores entrenaban tanto como él y fue de esa manera que se abrió paso por Europa. En Chile las familias nos reuníamos a ver sus partidos y cada gol suyo retumbaba casa por casa. Zamorano abría el camino, era posible que un chileno fuera pichichi y que luego de eso jugara en el Inter con Roberto Baggio y Ronaldo.

Salas, por su lado, destruyó la cordillera y el temor de muchos de nuestros compatriotas. Dueño de una técnica exquisita y de una frialdad única para definir el partido importante, Marcelo fue amado e idolatrado en Argentina, venciendo los prejuicios y sumando títulos.

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Ocho años de diferencia que no fueron obstáculo para jugar en el mismo equipo: la Roja de Chile. Ese era el Zamorano avezado y el Salas del que todos comenzaban a hablar. Fue química pura. Zamorano arrastraba las marcas y Salas definía; Salas elaboraba la jugada y Zamorano embocaba. 23 goles hicieron juntos para llevarnos después de 16 años a un mundial. Y aunque Chile no competía por ser campeón del mundo, ni siquiera por serlo de América, tener a esos dos al frente se percibía con orgullo, nos sentíamos fuertes porque en cualquier momento cambiaban un partido, al mismo tiempo que cambiaban la historia del fútbol chileno y la historia no solo del fútbol.

Eran y son muy distintos, por supuesto; Zamorano jugaba y juega con la diestra, Salas con la siniestra; Iván siempre ha sido una persona extrovertida, mientras Marcelo es introvertido; Zamorano se retiró en Colo Colo, Salas en la U. Pero coincidieron en trepar cumbres inéditas, construyendo una dupla de culto por la Roja, y en hacernos soñar y jugar en el centro del mundo junto a ellos. #BB


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