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Onefootball·28 de febrero de 2020

El día que Riquelme humilló a Brasil

Imagen del artículo:El día que Riquelme humilló a Brasil

¡¡RIIIQUEEEELME, RIIIQUEEEELME!!, es el canto que se repite de manera atronadora, una y otra vez, por la multitud que colma el estadio. Algunos incluso lo hacen a regañadientes, pero les brota desde adentro, no pueden evitarlo.

Es 8 de junio de 2005 y la selección argentina recibe al mejor oponente que en estos momentos presenta el mundo: Brasil. Una vez más están frente a frente, reviviendo por la fecha 15° de las clasificatorias sudamericanas el gran clásico del fútbol mundial.


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No hay encuentro entre selecciones con más pica ni con más morbo que este. Cada partido es un cuento aparte y será pieza de la historia. Se trata, además, de dos maneras diferentes de apasionarse por este juego: para la verdeamerla, es la proyección del pueblo en su instante de alegría, es la libertad del alma, es la expresión del jogo bonito; para la albiceleste, en tanto, es la proyección del drama diario, es la oportunidad de ganar en medio de la nada, es la expresión de igualdad de los que no tienen más que una pelota en un potrero.

Sin embargo, y más allá de estas definiciones, y a pesar de que en la cancha para Brasil estén jugadores de la categoría de Kaká, Ronaldinho, Cafú o Roberto Carlos, esta vez el espectáculo no lo está dando Brasil con su jogo bonito, lo está dando Argentina a través de Juan Román Riquelme, quien, a punta de lujos, revienta el éxtasis de la cancha.

Al ritmo fluido y elegante de su enganche, la albiceleste aplasta la medida que recela; porque el volante hilvana con el rostro serio a cuestas, transmitiendo un poco de juego, un poco de arte, un poco de diablo.

Eso es Riquelme. Y Brasil lo sabe, está nervioso, no ríe. De este modo, el lateral Roberto Carlos despeja como puede el balón de su área: la bola vuela alto, bien alto, y va directo hacia Román.

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Román lo divisa de reojo, sabe que ese que viene es considerado el mejor jugador del mundo, lo respeta, pero no se siente menos, y por ello la tentación es irresistible: levanta la pierna y juega con el taco un revés para Mascherano: «¡¡Oleeee!!», resuena de inmediato desde todos los rincones, mientras Ronaldinho se traga el lujo en su cara.

Es la pimienta del diablo callejero, con la naturalidad del arte, y el mambo del juego.

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Nadie lo marcaba por el lugar de la muda y el arco se le presenta, al mismo instante que apura de un zapatazo de veinticinco metros con la pierna izquierda: el balón viaja con garbo hacia al ángulo, es un golazo. La galería colapsa y delira nuevamente: ¡¡¡¡RIIIQUEEELME!!!! ¡¡¡¡RIIIQUEEELME!!!!

Juan Román Riquelme respira por la boca luego de una celebración explosiva y observa con asombro como es que todo el estadio corea su apellido. Es la primera vez que se da cuenta durante la noche. El Monumental de River se rinde a los pies del ídolo de Boca. Ya no es solo de Boca. Al menos este día no será solo de Boca y será de la historia.

Argentina finalmente vencería a Brasil por tres goles a uno, logrando la clasificación con tres fechas de anticipación al mundial de Alemania. Crespo hizo los otros dos goles, pero al día siguiente todas las portadas se las llevó Juan Román Riquelme, así mismo como la memoria de ese recuerdo cuando se escuchó cantar al Monumental: ¡¡¡¡RIIIQUEEELME!!!! ¡¡¡¡RIIIQUEEELME!!!! #BB

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